Supongo que es una cuestión de justicia poética, al menos así quiero pensarlo, pero la realidad es que a pesar de mis esfuerzos por ser la Don Draper al sur de Despeñaperros a base de grandes campañas publicitarias, grandes clientes y cambiarme de camisa blanca sacándola de un cajón de mi escritorio, la jugada de este trending topic ha sido bien diferente.
Y no me importa, porque tengo que confesarlo: SOY UNA PECADORA.
A los hechos me remito.
El momento de fama más estelar y mediático con el que cuento en mi carrera (por el momento) está íntimamente ligado al genio de Don Gregorio, más conocido como Chiquito de la Calzada, y a los que como yo misma hemos hecho de la adoración de su particular lenguaje una especie de credo publicitario.
Quiero que este post sirva también para reivindicar la figura de Chiquito, con la esperanza de que se distinga su inmenso talento más allá de los refritos televisivos de programas de humor veraniegos: Chiquito ha aportado todo un universo lingüístico propio a la cultura popular española, algo que sin duda debería reconocérsele y agradecérsele.